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En llamas

Un cuento de María José Barajas Durán

¿Alguna vez has escuchado sobre el Pueblo Sin Nombre? Bueno, digamos que sí tiene un nombre pero fue olvidado en los libros de geografía en todo el mundo y se le bautizó como “El Pueblo Sin Nombre”. Las únicas personas que conocían su existencia eran los habitantes, quienes siempre portaban sonrisas sinceras a donde sea que fueran, todos eran reconocidos por su alegría tan notoria y su entusiasmo al inicio del día. Todos en aquel pueblo se conocían, pues no era un lugar muy grande. En promedio había como 60 casas, 3 escuelas y uno que otro lugar de entretenimiento para los jóvenes; no había mucha variedad pero todos estaban muy felices con lo que tenían.

O bueno, eso fue antes del accidente.

Un miércoles por la mañana los ciudadanos se levantaron con alegría para comenzar con su día; Para ellos no habría ningún cambio, todos los días era hacer lo mismo y eso les hacía sentir muy cómodos. Los niños tomaron su autobús hacia su escuela, los adultos se fueron a los campos de cultivo para comenzar con su labor, los ancianos aún estaban en sus camas en un profundo sueño.

Todos estaban en grupo, nadie nunca se quedaba solo; hasta ese día.
Enrique, un anciano de 70 años se encontraba saliendo de su casa para ir a su jardín y regar las plantas que había colocado en su cumpleaños. Caminaba lentamente por el camino de piedra liza que llevaba hacia la reja de madera que separaba su jardín de lo demás, debía ser cuidadoso debido a su bastón y su cojera.

–Buenos días, Don Enrique –Un muchacho que aparentaba los 25 años se acercó al anciano. El anciano detuvo su paso al reconocer la voz del hijo de su vecina, éste le ayudaba en el jardín cada que podía.

–Buenos días, muchacho –Su voz tembló un poco debido a la edad. –¿Vendrás a ayudarme?

–Así es… Espero que no le moleste que traiga un bote de gasolina, se me hizo más fácil traerlo hasta acá para después no cargarlo tanto. –Explicó el muchacho de tez canela, sus ojos eran de un café oscuro y analizaba al anciano frente a él.

El anciano hizo un movimiento con la mano quitándole la importancia al comentario hecho por el contrario. Ambos caminaron lentamente hasta llegar hacia el jardín. El hombre alto cerró la cerca y caminó hacia la pequeña bodega de madera que estaba en una de las esquinas del jardín.

–¿Don, no tiene calor? –Habló el hombre dentro de la bodega, se escuchaba el ruido que hacía mientras tomaba una que otra herramienta que usaría.

–Sí, el calor está duro a pesar de que es temprano –El anciano tomó una jarra pequeña y comenzó a caminar hacia una manguera que estaba al lado de la bodega.

Se escuchó un estruendo provenir de la bodega y el anciano saltó en su lugar por el susto, un poco del agua que traía se cayó por ese movimiento brusco.

–¿Juan, todo bien? –Preguntó el anciano, colocó la jarra en el suelo y se acercó lo más rápido que pudo a la bodega.

–Don, necesito ayuda aquí dentro –La voz del hombre se escuchó apagada, como si tuviera algo cubriéndole la boca.

El anciano abrió la puerta de madera, la poca luz del día alumbró un poco la bodega. Él entrecerró los ojos para enfocar la vista pues no veía al muchacho.

–¿Juan…? –La boca del anciano fue cubierta por una mano rasposa, este mismo fue estrellado contra una repisa de la bodega y le colocaron una tela como mordaza para que le fuera casi imposible hablar y hacer ruido.

–Bien, Don Enrique, este es su día de suerte pues el maestro lo ha escogido a usted para que evolucione –.La voz de Juan salía en un susurro, el hombre estaba detrás del anciano impidiéndole el movimiento, le estaba torciendo un brazo y el anciano mordía la mordaza para evitar centrarse en el dolor. El anciano sintió un golpe en la coronilla, quería quejarse de dolor pero antes de poder hacerlo sus ojos se cerraron en contra de su voluntad, se había desmayado.

Un grupo de personas estaban frente a una tienda de televisiones y radios, estaban escuchando las noticias de su pueblo pues no tenían el dinero suficiente para comprar alguno de esos dos aparatos.

Pánico en el pueblo Sin Nombre, se reportan 5 desaparecidos. Al parecer estas personas han desaparecido día tras día, muchos se preguntan si el día de mañana alguien no amanecerá con nosotros. Las familias y los vecinos están desesperados, esto es un acontecimiento que nunca había sucedido en un pueblo tan pequeño. No estén solos. –.

El grupo de personas que estaban viendo los noticieros se habían puesto nerviosos y habían comenzado a hablar sobre lo que estaba pasando. Algunos creían que esas personas se habían ido del pueblo pues éste era muy pequeño y a lo mejor ellos querían vivir en una gran ciudad. Otros creían que les habían secuestrado y matado. Nadie estaba seguro de nada, todos estaban extrañados y tenían miedo de lo que es podría llegar a pasar.

–Buenos días, aves –Una voz dulce sonó con un eco impresionante, parecía lejana y provocaba cierta inquietud su tono neutro.

En una habitación de madera, que apenas era iluminada con un poco de luz que entraba por las ventanas cubiertas con tablones de madera mal puestos, se encontraban seis personas amarradas a unas sillas, amordazadas y con los ojos cubiertos. Una mujer embarazada, un hombre de 30 años, una niña de 8 años, una joven de 15 años, un hombre de 45 años y un anciano de 70 años.

Solo dos personas de los seis se habían despertado antes de que la mujer hablara, es por eso que sin aviso alguno las otras cuatro sintieron un líquido frío bajar lentamente

por su cráneo. Todos sintieron un dolor agudo y automáticamente se despertaron, sentían frío y comenzaron a mojarse a medida en la que el líquido bajaba.

–He dicho, buenos días. –La voz de la mujer se escuchó de nuevo, solo que esta vez era más clara y tenía un tono brusco.

Las seis personas no podían ver nada, se movían desesperados para tratar de desamarrarse. Sus intentos eran nulos, los nudos de las gruesas sogas que los sujetaban estaban bien hechos. Mientras más luchaban por soltarse, más apretados estaban y más se lastimaban.

–Relájense, oh criaturas eternas, agradezcan que fueron los elegidos por el maestro. – Una voz profunda sonó desde el fondo de la habitación, hizo más eco de lo que debería.

La mujer embarazada que se encontraba amarrada a una de las sillas del centro se detuvo, se quedó petrificada en su lugar para después comenzar a gritar con todas sus fuerzas a pesar de tener una mordaza en su boca. Su garganta le ardía y la saliva le escurría de la boca, a pesar de que sabía que sus gritos no estaban siendo de ayuda ella siguió gritando de pánico.

–Cállense –Un golpe fuerte se escuchó pero ninguno de los secuestrados sabía el origen de éste–. Pronto se reunirán con el maestro en una dimensión sagrada. Han sido bendecidos por la eternidad y la perfección, den gracias por ello.

Las más jóvenes de los secuestrados estaban muriendo de terror, lloraban amargamente y querían huir de ahí lo más pronto posible. La niña de 8 años rogaba por su madre, sin embargo lo que gritaba no se entendía pues aún tenía puesta la mordaza.

–Uno de ustedes tendrá el privilegio de encender el camino hacia la libertad, si lo logra quiere decir que eran dignos para estar con nuestro maestro y serán recordados como criaturas legendarias –Habló de nuevo la voz profunda, los secuestrados temblaban por sus sollozos pero se habían calmado un poco cuando escucharon la palabra “libertad”.

Después de eso hubo un silencio abrumador, un silencio que alarmó a todos los que tenían sus ojos vendados. No sabían quién les iba a liberar pero ellos se estaban

preparando emocionalmente para ello. Tenían miedo porque no sabían qué pasaría, tampoco sabían dónde estaban ni sobre qué estaban hablando aquellas personas. Estaban aterrados por su vida, los nervios los sentían a flor de piel y la temperatura baja de la habitación no ayudaba mucho.

–Serán puestos a prueba y será su valor e inocencia quien les salve –Dijo una voz nueva para los seis que estaban amarrados y mojados. Aquella voz era artificial, como si una máquina estuviera hablando; como si un adicto al cigarro les dirigiera la palabra.

–Comencemos –Volvió a hablar la mujer.

Los seis secuestrados fueron mojados a cubetazos, ellos pensaban que era agua. Cada vez que les aventaban aquel líquido ellos se encogían o trataban de que el trapo que les tapaba la vista no se pegara a su rostro, aquel líquido les impedía respirar bien. Unos momentos más tarde un olor fuerte fue percibido por el señor de 30 años; comenzó a alarmarse de nuevo y a sacudirse como un gusano.

Quería avisarle a las demás personas que había escuchado quejarse y gritar.

“Gasolina” pensó el hombre. “Nos están regando con gasolina.”

De un momento a otro un quejido agudo se escuchó, era un llanto de dolor que estaba siendo bloqueado por la mordaza. La mujer embarazada había sentido que alguien tomaba su estómago y paseaba una cosa filosa trazando la forma de un animal. Ella no supo qué estaba trazando aquella persona, solo quería que se alejara de su bebé.

Su llanto incrementó cuando sintió cómo la hoja filosa se estaba comenzando a clavar lentamente en su abdomen. La mujer se movió bruscamente pero lo único que logró fue que la hoja del arma se clavara más. Oh no, iba a perder a su bebé.

El hombre de 30 años estaba agudizando su oido para identificar lo que estaba pasando, escuchaba un llanto lastimero lleno de dolor pero lo demás estaba callado. Bueno, eso fue hasta que al lado de él empezó a escuchar cómo alguien estaba prendiendo una sierra. Una jodida sierra.

Alguien estaba intentando gritar a su lado, la voz grave de sus chillidos daban a entender que era un hombre. Se escuchaba cómo algo era cortado, como si fuera carne. Se escuchaba asqueroso.

La joven de 15 años estaba llorando de nuevo hasta que sintió cómo alguien le quitaba la mordaza. En ese momento empezó a gritar con todo lo que pudo, también intentó morder a quien estaba introduciendo un tubo delgado por su boca. Este tubo llegó hasta su garganta y tuvo que acomodar la posición de su cara para poder respirar bien, esa cosa le estorbaba. No estaba segura cuánto más bajó aquel tubo, sólo sabía que dolía y que le impedía gritar con libertad. De un momento a otro sintió que el tubo comenzaba a succionar, como si fuera una mini aspiradora pero ésta estaba dentro de su cuerpo.

La chica comenzó a retorcerse en la silla, quería escupir ese tubo que le estaba succionando por dentro, incluso le robaba el aire y casi no podía respirar.
A su lado estaba un hombre de 45 años, quien se encontraba gritando en ese momento por el dolor agudo que sentía en sus dedos. Sus uñas estaban siendo arrancadas.

La única que no sabía por qué los demás gritaban y lloraban era la niña de 8 años, ella estaba quieta en su lugar sollozando de terror. No sabía nada, ella quería a su madre. Sintió cómo alguien comenzaba a desamarrarle el trapo que impedía su vista, ella se quedó muy quieta pues no quería que le hicieran daño.

El trapo fue removido de su cara y frente a ella estable rostro de una mujer con lentes de sol circulares y maquillaje naranja, tenía un peinado extravagante además de que su cabello estaba pintado de tal manera que éste parecía ser fuego.

–Hola, bonita -Habló la mujer de la voz dulce.– El maestro te eligió a ti para liberar a tus compañeros, lo único que tienes que hacer es encender uno de estos palitos de aquí y tirarlo al suelo. ¿Es fácil, no?

La niña asintió con miedo, sólo quería irse de ahí. Su mirada recorrió el lugar donde estaba hasta que volteó hacia su izquierda y vió a más personas a su lado. Todos estaban sangrando y lloraban de dolor. Las lágrimas no tardaron en aparecer y la niña gritó horrorizada pero fue apagado por la mordaza que aún tenía.

Estaba horrorizada por la escena que había visto, ella comenzó a temblar y regresó su mirada a la señora que estaba frente a ella. Ésta vez ella le estaba extendiendo una caja de cerillos.

–¿Sabes cómo encenderlos? –La mujer se dirigió a la niña con paciencia y adoración en sus ojos, además de que le dedicó una sonrisa para que la pequeña se calmara.

La niña negó con la cabeza y parpadeó varias veces para poder enfocar bien, las lágrimas hacían que viera borroso.

–Mira, tomas este palito de aquí y lo acercas a este lado de la caja. –La mujer le enseñó uno de los cerillos y el cómo debería colocarlo para poder encenderlo.– Tienes que pegar esta bolita y jalarlo con fuerza hacia afuera.

El cerillo se prendió en fuego y la niña se le quedó viendo con curiosidad, tenía que ser capaz de hacer lo mismo para que las demás personas no sufrieran más.Ella quería decirle a los demás que no se preocuparan pues ella los liberaría de lo que los hombres con túnica negra les estaban haciendo.

Las manos de la niña fueron desatadas y ella tomó la caja de cerillos que la mujer le estaba tendiendo. Su mirada viajaba de la caja hacia las demás personas, solo podía ver cada vez más sangre en el suelo y ella quería gritar de horror pero los demás dependían de ella.

Debía ser la heroína como los cómics que leía su hermano mayor, él siempre le dijo que debía ser valiente frente a una persona mala. También le había dicho que se defendiera y que viera por los demás.

La pequeña, sin poder controlar bien el temblor de sus manos, abrió la caja y sacó un cerillo de esta. Colocó sus manos como la mujer de antes le había enseñado y empezó a tratar de encender ese palito. Lo hacía con fuerza, como le habían explicado, pero nada salía y el cerillo no se prendía.

La niña empezó a desesperarse y a llorar de nuevo, solo podía escuchar los gritos de los demás y el apoyo que la mujer le estaba dando.

–Corazón, creo que no podrás hacerlo tu –Dijo la mujer. –Pero el maestro te eligió así que te daré este de aquí.

La mujer sacó de uno de sus bolsos un encendedor alargado, este era color naranja y blanco, además de que tenía un botón negro. Aquel encendedor era del tipo que se usaban en las estufas.
La niña le entregó la caja de cerillos a la mujer y ésta le dio el encendedor alargado.

–Mira cariño, nosotros saldremos de esta habitación. En cuanto cerremos la puerta cuentas hasta diez de forma lenta y cuando llegues al diez aprietas este botón. ¿Sí? – La niña miró a la mujer pero no pudo mantener su mirada debido a que la sonrisa de la contraria le daba miedo.

La mujer chasqueó los dedos y salió por una puerta que daba a las espaldas de los secuestrados, los otros hombres habían salido detrás de ella.

Los cinco secuestrados agradecieron mentalmente que el dolor ya no era constante, sino que estaba perdiendo su intensidad.
Todos se alarmaron cuando escucharon una cuenta ascendiente de parte de una voz delicada, se notaba que era de alguien pequeña.

–Cinco…–La niña contaba mientras que de un pequeño cuadrado que estaba sobre sus cabezas salía gas.
Los adultos y la joven se dieron cuenta de ese olor desde el primer momento en el que comenzó a aparecer. Ahora olía a gasolinera junto con desgracias y penas.

–Ocho… –La joven quería detener a la más chica, sin embargo cuando intentó halar comenzó a ahogarse con su propia sangre.

–Nueve…Diez…– En cuanto la niña llegó a diez todos se quedaron callados, la pequeña presionó el botón que le había dicho la señora para poder ser libre.

Esperaba que aquel sufrimiento terminara y que su madre entrara por la puerta, lo que no esperó fuera que una gran explosión de calor la rodeara y la golpeara.
La niña murió por el impacto realizado por el gas y el encendedor, era la más expuesta. Los demás habían olido el gas desde que lo habían empezado a esparcir por la habitación en la que estaban. Claro, no se esperaban estar ardiendo en llamas.

No esperaban que quienes les habían secuestrado eran una secta creyente en el ave Fénix, la cual después de quemarse y volverse cenizas se transformaba en otra cosa más poderosa, más sabia.

Aquel grupo pensó que les habían hecho un gran favor, pensaban que lo quedarían era correcto pues le entregaban la perfección a los imperfectos.

FIN

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